Un mercedes 500 SEC de color negro circulaba por el parking. Se detuvo en la plaza número 37 de la segunda planta del amplio garaje. De la puerta del lujoso mercedes salió un hombre de unos 38 años de edad, moreno, bien vestido y con el maletín de cuero que caracteriza a los grandes hombres de negocios de los EEUU. Su nombre, Robert Simpson. Se dirigió hacia el ascensor de la planta. En aquel hombre se apreciaba un actitud vigilante y temerosa. Se le notaba intranquilo, con algún miedo o sospecha. Caminaba lento, como frenando su propio cuerpo, y en tensión.
La puerta del espacioso ascensor se abrió. Estaba vacío; se adentró en él y pulsó el botón que tenía impreso el número 29. Este se iluminó. Las puertas se cerraron y el ascensor comenzó a escalar por el Wessex Building. En la pantalla interior, sobre la botonera de la cabina, podían verse iluminados los números de los pisos por los que pasaba: 12, 13, 14… 26, 27, 28, 29. La cabina se detuvo. Se abrieron las puertas. Robert Simpson salió del ascensor y comenzó a caminar por un largo pasillo saludando a las personas con las que se cruzaba.
En su cara se leía una expresión totalmente distinta a la anterior. Era como si ahora se sintiera a salvo. Parecía un conejo que sintiéndose perseguido por el zorro, logra por fin adentrase en su madriguera.
Llegó al final del pasillo. Saludó a su secretaria que le miraba detrás de la mesa. Ella respondió con un saludo. Se adentró en la puerta que ponía:
ROBERT SIMPSON
DIRECTOR
Tras cruzar el umbral se dirigió a su mesa. Colgó la chaqueta en el perchero y se sentó. Un suspiro de alivio se escapó de su boca.
Pulsó el botón del interfono y se oyó:
—¿Sí, Mr. Simpson?
—Susan, ¿hay algo para mí?
—No, señor, solo un tal Mr. Barker que le está esperando.
—Dígale que pase, por favor.
—Muy bien, Mr. Simpson.
Un hombre de mediana edad y pelo cano se vislumbró debajo de la puerta. Avanzó por el despacho. Mr. Simpson se levantó, estrechó su mano y le invitó a sentarse.
—¿Qué desea Mr. Barkers…?
—Vengo a hablarle de un negocio… dijo mientras abría el maletín que habría puesto encima de la mesa.
—Y bien…, ¿de qué se trata?
Mr. Barker sacó un 45 con silenciador y le disparó en pleno corazón.
Se levantó y salió del despacho despidiéndose educadamente de Susan la secretaria…
Los títulos de créditos empezaron a pasar.
Arturo y Bea se besaron y apretaron sus manos entrelazadas, la película se adivinaba interesante…
Raúl Torres
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