Padres

El tiempo perdido

2012-12-15_relojCuando mi hijo era pequeño, de dos o tres años, un día tiró un coche de juguete por la ventana, probablemente para comprobar si hacía mucho ruido al golpear el suelo, o tal vez para someter a su propio escrutinio la ley de la gravitación universal. Bajé corriendo a la calle para recogerlo y me encontré a unos señores mayores que habían observado la maniobra que me riñeron bastante molestos y escandalizados al haber visto pasar de cerca el proyectil arrojado desde nuestro piso.«¿Qué habría pasado si llega a darnos en la cabeza a uno de nosotros?», me dijo un señor.

Aunque ahora me hace gracia cuando recuerdo el episodio, en aquel momento estaba bastante enfadado con el niño y no tenía ganas de dar explicaciones. Ya intentaba yo por todos los medios ser un buen padre y estar pendiente de las travesuras infantiles sin necesidad de que nadie me lo dijera. «¿Qué se pensaba ese buen hombre?», me decía a mí mismo, «¿que yo no tenía otra cosa que hacer que perder el tiempo con los juguetes de mis niños?» No sé si me disculpé, pero sí recuerdo que dije una estupidez de este estilo: «si le hubiera dado a uno de ustedes, me temo que yo tendría que ir a la cárcel». Subí deprisa a casa y puse a buen recaudo el cochecito. Supongo que el experimento fue suficientemente satisfactorio para el niño porque no se repitió.

Hace falta mucha paciencia y hay que dedicar mucho tiempo a nuestros hijos. Sobra decir que ni lo uno ni lo otro son suficientes nunca. Tenemos demasiadas ocupaciones. La riqueza y el potencial que entraña cada niño son infinitos si se comparan con lo limitados que son nuestros recursos, no solo la paciencia y el tiempo, sino nuestra experiencia, conocimientos, saber hacer. Todo lo que podemos hacer es acompañarlos durante un tiempo en su caminar por la vida, domesticarlos un poco cuando son pequeños, cuidarlos con el cariño con que se cuida a una rosa, regándola con suavidad, apreciando su belleza y obviando sus espinas. El tiempo que dediquemos a nuestros niños queda grabado y nos hace responsables para siempre de su porvenir.

«El tiempo que perdiste con tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…».

Dedicado a mi madre, que me dio a conocer la sabiduría de El Principito, y a mi padre, por haber perdido tanto tiempo juntos domesticándome.

Antonio Ceballos

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